En octubre del 2013 justo antes de abordar el avión que me trasladaba a Barcelona supe que no volvería igual. Sabia que mi mente y mi corazón, en aquel momento roto y confundido, cambiarían. Y hoy, para bien o para mal ya no es el mismo.
Ha aprendido a ser menos orgulloso y más valiente, menos frío y más desprendido. Ya no se aferra a las cosas materiales, ni les interesan. No busca establecerse, ni busca comodidad porque entiende que su lugar no está en UN LUGAR sino por todo el mundo y mas allá, como dice la canción de La Ley. Ya no busca hacer nuevos amigos, si llegan bien y si no también. Ha descubierto que hay otras formas de llegar a Dios y no solo a través de una iglesia o religión. Busca ser empático e intenta tolerar al ser humano (especialmente a los de carácter flemático). Hace lo que le gusta y no lo que complace a los demás.
Y en este punto del trayecto, abril del 2014, esta hermosa ciudad me ha enseñado tres cosas: Primero, que la vida es corta, muy corta!. Segundo, que las mejores experiencias son las guiadas por el corazón, aunque no sean las más correctas. Y tercero, que cada decisión que tomamos nos abre un nuevo camino.
Aún hoy sigo armando este rompecabezas del cual he perdida algunas piezas. Quizás no estén en esta ciudad y debería buscarlas en un nuevo espacio extranjero.
T.A.